jueves, 23 de enero de 2020

Esa diáfana luz

!oh es ella¡
Todo lo que la luz tocaba, la diáfana luz, se emitía desde el pasillo, al cruzar el umbral, la dimensión se veía nítida, veloz, viento, blanca.

Días aciagos o nublados, allí podían iluminarse, alumbrarse asi mismos. El agua era lo único que no debía faltar.

Para entrar hacia el ventanal, las orqídeas y las flechas se espigaban para escuchar, toda la polifonía en verde. 
Guiaron mis pasos durante siglos... cómo entrar y salir de esa dimensionalidad fue nuestro secreto.
Sencillamente no podíamos separarnos más; ellas tenían las llaves de esos siglos, yo aún el cuerpo, la voz. 

Plantas en flecha siempre hacia arriba, señalaban el camino directo. La visión perfecta, las lágrimas derramadas ante la luz. Las señales fueron cada vez más intensas, más nítidas, menos días aciagos.

Nos comprendimos en el abrazo del tiempo. Nos abrazó el tiempo, nos reconciliaron las dimensiones. Nos entregamos al vaivén de sus tonos, días, siglos, verdes.

Aún las veo sin velo, aún las tomo en mis manos; como habitantes de una morada que existiría hasta que yo transitará en sus pasillos largos hacia el ventanal de luz.
 
Cuando él me dio las llaves de esa dimensionalidad  en verde, no me di cuenta de lo que me entregaba, pero sus serias masculinas manos fueron suficientes para recobrar el sentido de esa transparencia; estas paredes entre tiempos nos revelaron todo lo que nos hacía falta ver, decir, tocar, completar en los días verdes del pasillo de orquídeas y flechas. Inexplicables las sensaciones de estar cerca y de estar lejos, un vaivén elegido por la vida que alguna vez nos unió. Y sin más pañuelos o candiles al aire nos fuimos disolviendo en un verdor que emerge cuando alguien transita el umbral de luz.

(recados de Narda)


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