Si soy yo que aún de palabras vivo.Tras la huella de un rostro: mi libro y su presencia en el paraíso donde se gesto: una poeta amiga, la mejor poeta judía de su generación versó "escribir es morder el paraíso" Yo lo hice, lo dije, después de dos años de espera. Desde san josé del cabo a bordo de una nave pirata, de mi amigo novelista de la sierra, René Holmos, quien me llevó en su barca a la Paz, el siguiente puerto de llegada. El recuerdo me hace temblar la lágrima, atravesar por la carretera transpeninsular entre cardones milenarios y aves de rapiña, ver el mar a derecha e izquierda, mientras este pirata de las eirra cuanta sus historias próximas a novelar... Al atravesar todos santos, vemos el Hotel california, ese ícono de la música que habrá quienes aín lo recuerdes... LLegamos a puerto, brinqué del bajel como ·la mulata de córdoba" y atravésé el portal del salón donde presentaríamos mi obra. Admiré su blancura, pero sobre todo lo que ocurriría allí: Palabras nómada, tendría rostro, el mío, Escuché a mis colegas y supe una vez más que ese era el momento y el día, no otro. Allí, así.
ii
poetas: Christophe Amador, Jorge Chaleco -paceños y de la Sierra san josé el novelista René Holmos |
gracias por su luz
texto: Jorge Chaleco
Lectura abisal de Palabras nómada[*] de Edna Aponte
Cantan un canto en la
cantera, los guijarros monumentales
J.A.CH.R.
La vida que a veces se antoja
errante, trashumante; la vida que permanece desde la impermanencia, en
desasosiego constante, sólo tiene un testigo: la piedra; que por así decir, ve
pasar imperios, dinastías, siglos, épocas, desastres, cataclismos, generaciones
de seres humanos, en fin; todo ser viviente; ya sea este vegetal o animal se
tornan simples pasajeros del tiempo ante el congelamiento totémico de la
piedra, que está ahí: entregándose por completo al paso del tiempo. Rocas colosales
abren sus alas para que el hombre pueda volar mediante pinturas rayas, dibujos,
garabatos, escrituras. Abren el vientre y son madrigueras, cuevas, cubiles. Algunas
son altares de sacrificios. Más pequeñas sirven de lavadero a la orilla de un
río, asientos, morteros, piedra de afilar, punta de lanza, cuchillo, proyectil,
guijarros con que los niños juegan para crear ondas en espejos de agua. La
piedra es un concentradísimo mineral como concentrado es el odio o el amor.
Testigo de todo origen viviente, de tanta vida nómada; el “ser de la piedra” se
transfigura nómada pues se va tras la vida que ve pasar. Pero también se puede
decir que vemos pasar la piedra frente a nuestros ojos y de acuerdo a nuestra
edad y época así será de diferente, la piedra cambia con la visión de las
personas. Y la visión de la persona cambia al verse frente a la roca; al verse inmersa
en la naturaleza pues es trastocada por la experiencia de lo sagrado, de lo
numinoso como diría Miercea Eliade.
Hay poetas que escriben y
describen la piedra como presintiendo o acudiendo a esos llamados del origen
mineral, ancestral, nómada, errante. La palabra como la roca, es cambiante: va
de un lugar a otro, de un tiempo a otro; y de una persona a otra es diferente y
la misma. En este nomadismo permanente sufre mutaciones, en ocasiones se
renueva, puede ser, en la voz del poeta. El arte más primitivo se dice que es
el rupestre: muros de roca y tinta, impecables ante el paso del tiempo y de
civilizaciones destructoras no se descubrieron si no hasta hace poco comparado
con los milenios que permanecieron invisibles. El hombre actual se maravilla
ante tan antiguas manifestaciones que podríamos llamar artísticas. El hombre,
parece ser, siempre ha estado ligado a la roca.
La poeta Edna Aponte Galván, en
su estadía, o más bien, en su vuelo estacionario por estas rocas
sudcalifornianas y de acuerdo a sus poemas, logró encontrarse y religarse a lo más
antiguo, a lo más primitivo, a lo más rupestre de la vida. Las pinturas que se
encuentran diseminadas en las cuevas y muros peninsulares le revelaron su
condición: temporal, pasajera, nómada. La inmovilidad de la roca recuerda
nuestra condición viajera, en sus muros están las huellas de un tiempo y
personajes que ya fueron pero que siguen siendo porque la poeta se descubre y
se religa a ello como parte de su ser y condición. El testimonio de este viaje
geográfico, terrenal, terregoso, iniciático y ancestral con el origen; es este
puñado de poemas-rocas cincelados en pluma, papel y alma; cincelados con
delicadeza donde se da un soliloquio, un diálogo interno y externo con el
origen mineral. La autora, nos narra su asombro poético que experimenta al
encontrarse en sitios donde parece que el tiempo no ha pasado ni pasará. Se
revela en mantra con la sola presencia de la piedra, las rocas “vacías” como espejos de la mente.
Rodeada de naturaleza, inhóspita
para un habitante de muros de concreto y asfalto, la poeta pone atención al
canto de la cigarra “cantos danzantes” le llama en el poema de la página 26, lo
que me hizo recordar unos versos de Basho, más que poeta fue un practicante del
lenguaje Zen que dice “Silencio; la voz
de las cigarras penetra las rocas”. Habría que añadir que el canto de las
cigarras es como el de los grillos nutre el silencio y funciona como un manta
que taladra la mente del oyente hasta
clarificarlo, algo de se produce en los versos de la página citada. La autora
practica el verso libre en diferentes formas de acuerdo a su aliento, más
acorde a su respiración, a su tonalidad de voz que a veces se encuentra en la
justa medianía, en ecuanimidad, en pose contemplativa, por eso algunos de sus
poemas nos recuerdan el formato poético del haiku. Los poemas breves y llenos
de quietud atestiguan el flujo natural de la mente, reflejo sin espejo de la
naturaleza, del ser que fluye con conciencia del movimiento. Los poemas breves son
fotografías efímeras, paisajistas pero íntimas. Con el zoom de sus palabras
captura instantes visuales y a través de estas pinceladas breves y delicadas nos
adentra en ese mundo natural, agreste, antiguo, rupestre; de pájaros, flores,
rocíos, cigarras, aves, mariposas, seres cotidianos, intrascendentes que recuperan
la magia de la primera vez antes los sentidos de la poeta ya transfigurada. Pero
su visión contemplativa no es ajena, ni distante, tampoco reflexiva; eso un
adentrarse al interior de esta naturaleza; esa empatía por la belleza del otro la
lleva a crear poemas onomatopéyicos tal como los poemas de las página 37 y 38. Habría
que añadir, continuando con mi comentario; conforme se leen los poemas se lee
el paso, las tonalidades del tiempo y del movimiento, cito versos: “el verde
rumor de los grillos, música para luciérnagas, los árboles inician su sombra”.
En quietud y ensimismamiento la poeta mineral percibe hasta el más tenue
movimiento.
En fin, ya casi por concluir
podría decir que es un libro multiforme en cuanto a la forma que van adquiriendo
los poemas, y multitemático puesto que en los tres apartados en que se divide
la obra nos iremos encontrando con sorpresas inconexas que enriquece y va
hilando el tono de voz poético presente en sus 113 páginas. En el apartado tres,
con el título de “el primer rostro”, la autora
nos comparte su simpatía y adherimiento a la cultura hindú y más preciso decir
de la cultura budista. Es también en este apartado donde se da un repaso a la
figura y presencia de “lo femenino y sus mitos” en la cultura universal: en los
poemas surgen la presencia de la reina Calafia, la “cetácea madre”, diosas hindúes
como Tara, o Sarasvati, diosas aztecas como Coatlicue; la presencia de la
energía femenina como el Dakini, el símbolo de la fidelidad con Penélope, la
desobediencia a las leyes divinas con el mito bíblico de Lilith, la
desobediencia a las leyes de los hombres o del Estado como Antígona, a llorona
y sus lágrimas, por último; la virgen de Guadalupe casi desconocida por quien
escribe los versos pero le encomienda a las mujeres del primer rostro;
presencias míticas-místicas, símbolos de la liberación, del conocimiento pero también
de doctrinas religiosa, símbolos también de esencias muy humanas de hombres y
mujeres de la vida cotidiana simple y sencilla, pues la tragedia y lo divino es
cotidiano.
Finalizo mi lectura diciendo que
la poeta Edna Aponte nos comparte a través de sus versos: miradas interiores; enseñanzas
y aprendizajes de una mujer que se maravilla por ser de carne, de huesos, de nervios,
de sueños diurnos en vueltos con el sari de la vida.
Jorge Alberto Chaleco
Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario