JenyAsse, Mariana,Andrea, Edna, Rosita:yPéndulo- |
Apunte nómada para una poética rupestre, por
Edna A.
(
y llovía en el Péndulo, Polanaco, año serpiente 2013)
El oficio de la palabra./Más allá de la pequeña
miseria/Y la pequeña ternura/ De designar esto o aquello
Es un acto de
amor:/Crear presencia./ (Juarroz, Poesía
vertical)
Hace unos dos años aproximadamente
recibí un regalo que me acompaña, abrí sus páginas al azar. Leí unos versos que tienen una
constante coordenada en mi danza de palabras hacia el origen:
/ Porque hay
un huerto detrás de tu ventana. Un Edén habitando un árbol. Un fruto en cada
hoja transitada. Escribir es morder el
paraíso/ La autora de estos versos
de luz es Jenny Asse.
Sentí que hilvanar su poesía en mi
urdimbre de palabras era recordar algo de mi que en la urdimbre visible no
estaban, en la urdimbre invisible siempre estaban. Entonces recordé que mi nombre “Edna” según mi
papá, significaba edén y un jardín y una fuente que rejuvenece. Así descifrando nombres, como en “letra ferit”
(heridas de la letra) mi padre tal vez creía que me contaba a través de mi
nombre el suyo, sus nombres a través de tiempo, pero yo aún no sabía de dónde
veníamos ni cuál era el misterio. Por lo que de forma mágica, casi
cortázarianamente, como en la danza chiquita de un cronopio pequeñito que busca
la llaves en la mesa de luz, me he encargado de descifrar -de algún modo- este
enigma, este enigma para un limón, un limón caído del edén que está tras la sencilla ventana de mi cabaña.
Bien pues ahora devanaré
mi apretado destino para deshilar y compartir trama de cómo llegué al espacio
del proceso creador hacia la poética rupestre.
Una
mañana fresca y buena sentí que unas manos rupestres escribían el ritual de sus
días, y fue en ese instante donde recibí
la señal: yo escribiría lo que las rocas en sus rostros extraños me señalaran.
Escribiría lo que el pasaje nítido de la mente clara me dictara. En este
sagrado día también decidí que mi voz
fuera/sea como una ofrenda al gozo, por la divina puerta que se me abría : la
puerta de la palabra,
Pero cómo llegué a esta cueva? Qué
miraron mis ojos aceituna? (me preguntó la poeta mariana b. aquel año mágico
mileno del 2000 al presentar ella mi libro: “jardines para hada desnudas”) qué
o cómo: ¿hendidura, intersticio, hondonada? Solo puedo abrir los ojos y decir
que me sentí dentro de un refugio muy antiguo que siempre había estado allí,
que el viento en su rumor me aventó.
Unos trazos que emergieron de la
reminiscencia o de la mirada aceituna, no sé, pero es visible, mi escritura rodó,
y me mostró que si el ego para su
frenética lucha, mi verdadera sabiduría y naturaleza emergen, para traducirse y
decir en un lenguaje crepuscular: el amor que nace en mí por la naturaleza, por el refugio de nuestra casa azul- la
Tierra. Y dentro de este refugio el lenguaje crepuscular es sutil y posible.
Gracias a la vida podemos reconocer que
las emociones o sufrimientos son solo adornos del estado natural
de la mente.
Así de este modo mi poética rupestre
solo retorna al origen sobrio, al sencillo reino de lo “elemental”: del fuego, aire,
tierra, agua y el espacio. Es este movimiento del ser, mi espíritu día a día
trabaja por atender, por “leer la naturaleza, leer la realidad tal cual es, en
su divina perfección original, con dichas y desdichas.
Así caminé con mis dos sandalias de
cielo (como le pidió Yanis Ritsos a su hijita recién nacida: duerme/ crece pronto: que sólo tienes dos
sandalias de cielo para nadar/) Yo no soy hija de Yanis, pero si fui de
Enrique y creo que a su modo me dijo lo mismo. Bien pues con estas sandalias
subí a la Sierra (literalmente la Sierra de San José de Cabo) y allí empezó el
peregrinaje: nos asentamos nómadamente (Xavier y yo) en un gar, que en tibetano
significa eso mismo: campamento nómada. Saqué la nariz, abrí lo ojos –aún mas-
y me dije: voy a leer mi naturaleza: la de mi mente indómita, la de mi corazón
bueno, la de mi corazón tribulado. Aquí leeré mi naturaleza,
¿Qué más será la poesía? sino esta
continúa lectura de nosotros mismos, de la voz que a veces también nos habita,
de nuestras imágenes rupestres. Voy a leer la naturaleza volví a decirme cuando
miré ese cielo nocturno: y una bóveda
celeste completa se desplegó ante mis ojos, y estrellas de las fugaces me
decían: esta es la corona, es el mapa de las coordenadas hacia los puntos de
luz: únelos. Con estas señales celestes voy de roca en roca, de encuentro en
enigma, de enigma al encuentro de los limones de mi huerto tras la ventana.
Al sentir esta noble responsabilidad
hacia mis lecturas y mis palabras, deje ir –aún lo hago- la lucha, la lucha
frenética de mi ego para poder lavar mis palabras y dejarlas como una roca que
nace poema, tras tallar, tallar. Ahora sé que lo que llamo poesía rupestre, se
lava con sal de mar, y permanece en su “blanco principio” (como Edmond Jabés
anota) para encausar ríos, ser agua que salte entre rocas, fluya hacia las
manos de quien la tome.
Pero las señales son la imagen que la
poética rupestre encuentra a su paso. Inspirada obviamente en nuestras hermosas
pinturas rupestres mexicanas, elegí su esencia para recrear lo que estaba viviendo en mi
paraíso rupestre. Pasé unas noches cerca de una roca milenaria que en sueños me
presentó imágenes de su historia. Nada hay más misterioso que los sueños: esa
frontera; esa otra puerta. Esas señales se atienden con la presencia. No me
asombró pero me llenó de alegría que en la obra más reciente de Cees Nooteboom
que por cierto escribió Hotel nómada, él concibe Cartas Poeseidón, después de hacer caso a una
servilleta hallada en el restaurante que eligió para comer una tardecita de
viaje, él lee estas señales y dice que las atiende. Yo sólo me estremecí al
poner mi mano en la roca “manitas” una rupestre de la sierra de los cabos y
noté como mis dedos embonaron perfectamente con la imagen allí trazada. Soñé
desde entonces con mi propia “tribu de palabras” como me señaló el poeta paceño
Christopher Amador. Sólo toqué la roca en una danza de hadas desnudas, sentí
una raíz y empecé a recordar que ser nómada sólo era retornar la mirada para
recolectar, habrá que adentrarse en la esencia del poeta recolector de
nutricias imágenes que caen como el fruto de la experiencia de quien como un
mango o ensaliva un limón. Nutrir la cueva con frutos del edén: ciudades,
pueblos, hermanos, hermanas, humanos, casas, cabañas, moradas, miradas, ríos,
montañas, o desayunos en el péndulo antes de entrar a labrar palabras con mis
alumnitos pequeños: nómaditas incipientes con quienes llenamos cuadernícolas. Recolectar
un sinfín de postales misteriosas o de ballenas con sifón, recolectar ecos
reminiscentes, de rostros primigenios, de manos que como geografías sutiles
emanan coordenadas, senderos como los de Oku andados por Matsuo Basho:
/Los
meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene
también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de
barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son un viaje y su casa
misma es el viaje./
Asi en mi vuelo estacionario he creado
lo que ahora comparto: porque el arte más antiguo se dice que es el rupestre, a
muro de roca y tinta impecables ante el paso del tiempo, que sabemos como en el fulgor del fuego nadie puede mirar sin un asombro antiguo. Invoqué
mis palabras, la crecí para llegar aquí y mostrar “mi primer rostro”:
Palabra nómada Dejo ir las palabras cuneiformes,
como una imaginaria tablilla de
Gilgamesh, con la intención de que solo
la “presencia” habite.
Y que en los nómadas presentes: caiga feliz una
semilla para emprender cualquier trazo cuneiforme hacia su mirada nómada, hacia
su propia práctica de vuelo: gracias por recibir mis guijarrosJeny Asse, Mariana Bernárdez, Andrea Montiel, Edna Aponte, Rosa Nissan. |