1. Extrañar mis pasos perdidos en estas calles ateridas. Ya no camino por sus orillas, me pierdo en la vigilia de mi casa. Sé que me queda su recuerdo y eso por ahora me acompaña. Caminar mi ciudad ya es solo un sueño que si viví. Confieso que he vivido, eso me digo y abro la ventana.
2. Extraño la que he sido desde hace meses, me transformo; silente transmutación en estos días de tiempo vacío, desnudo, crudo. Pero me uno con toda las palabras posibles a esta nueva mirada de mi misma, a este nuevo espacio que habita mi cuerpo en mi cuerpo, a este latido. Acepto cada paso como una luz que me da aliento entre tanto desasosiego.
Hallé en este blog "fragmentos nómadas" un texto que describe muy bien lo que sentimos quienes somos muy cercanos a los libros de segunda mano, a los libros que han sido de otros por siglos o años, o meses, a otros ámbitos, otras manos, y en las nuestras recobran vidas y texturas renovadas, como si al tenerlos entre manos, esos libros nos trajeran lo que siempre habíamos esperado: la página con aromas del tiempo transcurrido. (Edna Apo)
"Confieso que me gustan los libros de
viejo, los libros usados y marcados, los firmados, subrayados y
anotados. Los libros fatigados, estropeados y amarillentos. Paseo con
deleite y expectación entre casetas de ferias, rastros, mercadillos,
almonedas y puestos callejeros. Hace tiempo que asumí que me pierden los
libros con olor a rancio, polvorientos y frágiles. Me inclino más por
los humildes y sencillos que por las grandes y lujosas ediciones. Admito
que no puedo resistirme a una dedicatoria, ni siquiera a un simple
nombre anónimo acompañado de un lugar y una fecha. Reconozco que leo
emocionado y curioso las palabras que alguien desconocido dedicó a otro
desconocido. Y que ojeo cuidadosamente, fascinado y nervioso, las hojas
quebradizas en busca de una señal, una marca, un subrayado, una
explicación, un papel anotado, un recibo, un billete de transporte, una
flor depositada y olvidada, algo, todo, todo aquello que me permita
recordar a continuación lo que nunca me sucedió, ni supe, ni conocí, ni
tan siquiera pensé o soñé. Lo que no estaba hecho para mi, ni para mis
ojos, ni estaba destinado a saciar mi curiosidad. Lo que un momento
antes no existía a pesar de haber sido todo para otros en otro tiempo y
en otro lugar. Un tiempo perdido, una historia oculta y olvidada. Una
historia ahora recobrada, rescatada y reinventada.
Soy capaz de crear a un lector de cuerpo
y alma con apenas un nombre, una fecha y unas pocas líneas marcadas.
Disfruto a mi manera y silenciosamente del placer de imaginar espacios y
escenarios de lectura. Comparto absolutamente y como no podía ser de
otra manera con Borges la idea de que "ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica” y, también lo que decía Felipe Benítez Reyes parafraseando a Borges de que "una mudanza es la forma más brutal de hacer crítica literaria".
Las librerías, los puestos de rastro y las sábanas tendidas en la calle
están llenas de mudanzas, de partidas, de desapariciones, de abandonos,
olvidos y descuidos. De renuncias y necesidades. Llenas de crítica
literaria. Llenas, en definitiva, de "autobiografías" (Le Clézio/ texto del blog fragmentos nómadas)
Para Fernando Beltrán, el poema clave de su último libro, La curación del mundo,
recién publicado por la editorial Hiperión, es “La jerarquía del
ángel”, un poema que está siendo leído como una oración pagana. Debido a
su extensión, Zenda ofrece la lectura de estos cuatro poemas: “La
paciencia del cobre” “La hojarasca”, “La boca del león” y “Puente de los
Franceses”, e invita a la lectura pausada de “La jerarquía del ángel”
con el libro entre las manos, a modo de entrada temblorosa en su
contenido. Lo dice así uno de sus versos: “Todo tiene sentido cuando
todo se pierde”.
La curación del mundo,
título hermoso como todos los de la obra de Beltrán, y que en este
momento de su vida cobra especial relevancia y significado, se completa
con poemas que bien podrían estar en esta página, “Esqueleto de
ballena”, “Padre”, “Día de campo”, “Goya” o “Alpe d’Huez”, que los
lectores hallarán en este libro que es, al mismo tiempo, en palabras de
Fernando Beltrán, “un testimonio en poemas y carne viva de una lucha por
la vida”, a lo que añade: “porque el grito y el dolor estén siempre
abrigados por el esfuerzo y el quehacer por salir adelante y la búsqueda
incurable de la belleza del mundo, mucho más amado ahora”.
Fernando Beltrán, a modo de pórtico, esculpe a fuego esta frase de Rainer Maria Rilke:
“He hecho algo contra el miedo. He permanecido sentado durante toda la noche, y he escrito”.
Y concluye para Zenda con estas palabras, que son una aproximación de lo que para su autor es La curación del mundo:
“Un libro castigado, astillado, roto, y un cuerpo sin embargo salvado
por las palabras, las metáforas, los guantes de plástico, los charcos
aún…”. (Miguel Munárriz).
abruptas intemperies construyendo bancales para aplazar el vértigo,
construyendo caricias.
La piedra de la edad y este silencio roto por tu azul.
Cuerpos tendidos para aplazar el vértigo.
Me muero de belleza y sangre roja
atada al corazón
LA HOJARASCA
Echó el cerrojo a la puerta,
compró una hamaca
y se encerró en el cuarto…
Lo escribió Gabriel García Márquez.
Compraré esa hamaca, quiero, necesito volver a ser la hamaca que conmigo siempre.
Un puñado de oxígeno. Un bocado. Confundir pan de hoy con pan de ayer.
El mar que hace millones de años hubo aquí.
La extraña caracola.
Los libros que uno a uno aquellos días se caían a plomo de la cama.
El mirlo en el alféizar con su pico naranja. Apetece la luz, pero me aterra abril.
Los poetas intuyen, bajan la voz, se alejan, conocen las batallas perdidas de antemano.
Se esconden en sus casas, en sus tomos se esconden, en sus islas pobladas.
Cernuda, Lorca, Claudio, Wisława, Sylvia Plath…
En mí vive un grito, por la noche aletea,
buscando con sus garras
un objeto de amor.
Buscaré una vez más a la muchacha que Degas amaba.
Ahora en cambio la peste.
Se morían a miles en Sevilla y fue cuando Murillo acuñó sus azules inmortales.
Ahora lo entiendo todo.
Esos azules.
Me gustaría verlos, una vez más acercarme a verlos.
Querría también ir al Finis Terrae a contarle mi oeste.
Y poco más…
La ciclista que acaba de sonreírme mientras sube la cuesta
LA BOCA DEL LEÓN
¿Os acordáis de niños, en el circo?
El domador metía de pronto la cabeza en la boca del león, y todos tras un ohhh de espanto, apretando los puños, conteníamos un siglo la respiración.
Se detenía el mundo.
Era sólo un segundo, pero duraba un miedo que aún me despierta a veces en mitad de la herida,
ahora mismo otra vez, y es la peor cuando veo y recuerdo mi cabeza al fondo de un pasillo muy largo, quieta, rota, dolida,
aterrada también,
suspendida en las fauces siempre abiertas de la vida o la muerte.
Un momento crucial.
Los niños, pulmones del mundo, conteníamos la respiración. Doblaba el domador un poco sus rodillas inclinándose atrás, dejaba caer el látigo
como si fuera necesario añadirle a la escena todavía más riesgo,
quizás mi rendición,
y entraba con mi cabeza a solas,
selva, pánico, hijas, mi cuerpo por delante, apretando los dientes, en aquella
boca oscura de un túnel
donde me juego todo
PUENTE DE LOS FRANCESES
Llegué a Madrid en tren.
Un tren de niño es mucho más que un tren.
Se queda ahí. Viaja contigo ahí.
Vive contigo.
Callado a veces. Convertido a veces en mucho más que un tren.
Palabras empujadas. Raíles sin fin.
Cruzó el tren sobre el puente de ladrillo, dobló esa curva con la ciudad ya a mano, y descargó mil metros más allá sus zapatos de barro, mis paraguas.
Un tesoro de charcos para una vida entera. Abismos y bellezas en la ciudad sin lluvia.
Poemas empujados. Verde sin fin.
Los charcos de un niño son mucho más que un charco. Duran siempre. Jamás secan del todo. Y si secan, esperan.
Regresarán un día al mismo sitio.
Fiebre empujada.
Ser sin ser tantos años después.
Mi enfermedad da al mismo puente, humilde e invencible. Sigue ahí.
Los trenes son distintos, pero el puente resiste.
Metáfora empujada. Atropellada luz. Oigo cruzar los trenes cada poco.
De hecho, soy su curva.
De hecho, me abrazan con su curva cada vez que pasan. De hecho, siento que me traen el abrazo de todo lo que amé,
fui amado. Amé.
Habitación 172. Paciente 160.
Llegan por la ventana, a mi izquierda, y me rodean veloces, para escucharlos luego a mi derecha, más allá de la puerta, atravesar el puente. La curación del mundo.
Vuelvo al norte. Nunca salí de allí.
Tampoco saldré ya de esta ciudad sin lluvia.
Humilde e invencible.
Puente hacia ti
a Elena
—————————————
Autor: Fernando Beltrán. Título: La curación del mundo. Editorial: Hiperión
Rosa de los vientos mira nuevamente que él estaba allí, esa pequeña foto
de contorno ondulado, si le recuerda cómo llegó a su vida. Me pide que
le aclare si aún trae puesto el sombrero, y está a la orilla del río en
un puerto vacío, sentando en una mojonera. Asiento bajando la cabeza en
señal de que es tal como ella me dice. "Entonces él también me mira",
murmura y suspira, siento su nostalgia; él estaba allí.
(Ficción postal: POSTALES PARA UNA MALETA, de Edna Aponte).
Rosa
de los vientos me pregunta nuevamente cosas que son poco audibles en
esta visión interna. Aunque logro reconocer ya su tono y puedo saber
cual es la siguiente postal de la maleta del olvido que le hará retornar
a la imagen d e su propia vida. Me habla de una casa en Turín, me
parece que es la ubicación de una vecindad antigua (1903) que aún hoy
existe en al ciudad de México, en un barrio con nombres de ciudades
europeas. Me doy prisa para hallarla y no está. No sé como decirle eso.
Pero sin más preámbulo la veo recobrar sus gestos y señalar a la que
sería su familia recobrada, a ella entre ellos.
"Allí vivíamos
los 7, todos usábamos sombreros, unos de copa otros boina o como el mío
estilo modernista. Si los miras sus rostros son maculinamente serios
reflejan un aire común, eran los 5 hermanos de mi madre, con quienes me
dejó al morir. Sus abrigos largos como su bondad, todos ingleses
emigrados a México conmigo en brazos, y con él con quien crecí y con
quien pasé a otros mundos que están en este.
Su boina te dirá
desde dónde llegó, mis tíos lo adoptaron como a mi, y su puro es el
aroma de mis recuerdos. Soy la única mujer en esa imagen postal, fui la
única durante mucho tiempo, hasta que mis recuerdos quedaron en pequeños
enigmas de papel, en esta maleta del olvido."
Mientras
recolectaba las postales, mis manos se movían solas, Rosa de los vientos
quedaba una vez más en uno de los compartimientos de la maleta
desvencijada pero aún baúl secreto del tesoro oculto de esa vida y sus
viajes también. El enigma de su voz en mi mente; ha sido una imagen más
para esta forma que la memoria vierte en ficción. Otra manera de acercar
el intersticio por el cual he asomado el asombro en este viaje inmóvil
de días inciertos, de días que recobran sentido en una postal sepia cuyo
tiempo queda encapsulado en ese cuadrito, ventana de papel donde posar
la mirada nómada. (para la "niña oscura" quien me mostró dónde estaba la maleta de Rosa de los vientos/ SantaMaría la Rivera CdMx 2020)